viernes, 20 de mayo de 2011

A partir de este domingo las chicas de la compañía de teatro Caramala, es decir, Carmen, Noemí y Virginia, se pasarán por nuestra librería en el Centro de Arte Contemporáneo para contarnos un cuento. Acudirán las tres a la vez, por separado, con una mascota o a la pata coja, quién sabe. Lo seguro es la hora, a las 11:30.
La compañía se fundó en el 2008 y desde entonces ha ganado una convocatoria del certamen de teatro del Instituto Andaluz de la Juventud y montado dos espectáculos, La hora féliz y Caramelo. Pasado mañana vendrán dos de sus integrantes, Carmen y Noemí, a hacernos pasar un buen rato.

martes, 3 de mayo de 2011

La razón desorientada

¿Sabía Marlow hacia dónde navegaba? ¿Qué representaba su viaje? Creo que no, ni él ni todos los personajes que se va encontrando y pululan por esas costas, siempre orillando la boca del lobo. El corazón de las tinieblas es un libro que te va engullendo igual que una selva, mientras te acurrucas en el sofá o en la cama y cualquier ruido te traspasa como el eco de un animal salvaje. Cuando uno corrobora el origen doméstico del susto vuelve al ruedo. Nada como sentirse a salvo entre cuatro paredes. En esta confrontación entre lo salvaje y lo artificial está la clave. Los personajes van perdiendo la cabeza a través de ese Congo innombrable o la han perdido ya sin posibilidad de rescate. ¿Por qué?
Lévi Strauss lo apuntó muy acertadamente. El ser humano, en su empeño de dar sentido a las cosas por medio de mitos y estructuras binarias, izquierda-derecha, luz-oscuridad, húmedo-seco, dejó atrás la más importante de todas: Naturaleza-Cultura, que terminó por romperse cuando el fuego separó a los primitivos del contacto con los animales. ¿Cómo regresar al lugar de origen? ¿Cómo soportar ese vacío? Todos los hombres que se acercan a Kurtz se empapan de ese irracionalismo que transmuta en hoja de árbol o carne podrida de hipopótamo, porque él representa, no la falta de sentido, la locura, sino la razón desorientada, como quien acude a una fiesta y se siente ajeno, sin saber estar. La naturaleza son los brazos a los que el hijo pródigo vuelve, pero no lo hace igual que se marchó, trae otra ropa, otro lenguaje, otras reglas. ¿Cómo hablar entonces? Sencillamente no puede, de ahí que los personajes desvaríen, intenten enseñar a los «salvajes» tareas modernas o disparen al azar entre el espesor de los matorrales. Se sienten perdidos al contacto con el paraíso recobrado, aturdidos ante una tierra y unos animales que les vieron alejarse.
Y ante esa sensación de aridez sólo queda, por un lado, negarlo, izando bien alta la bandera del orgullo occidental, obligando al invadido a adaptarse a ellos, y por otro, hundirse en una espiral de confusión, porque los invasores perdieron la costumbre de hablar a la naturaleza de tú y no saben arreglárselas sin mapa. Kurtz representa el más claro ejemplo. No pudo asimilar una sobredosis de su propio origen.