sábado, 4 de diciembre de 2010

David Eloy Rodríguez pasa desapercibido. Nadie diría que observa al mundo y escucha a los vientos con sus andares de hombre sencillo, con sus gestos rápidos como de mecánico de las palabras. A nuestro lado se deshizo en gratitudes, excusándose porque un imprevisto no le permitió llegar antes, pero rezumando ganas de poesía. Ante una persona así solo queda deshacerse de igual modo.
Si hay quien desgrana los versos contando su origen, serpenteando calendarios, fantasmas y amores olvidados, otros abren el poema con la voz, dejando que la marea alcance al público. David Eloy es de estos útimos, y en su recital emprendió un viaje por la ciudad anónima a la que alude, un viaje, diría yo, de ida y vuelta en donde el asfalto y las personas son partícipes del mismo juego vital, esa sinergia entre el decorado y las piezas, como un ente vivo que nos engloba y en el que nos movemos todos, ese vínculo al que nos sumamos al escucharle.

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