lunes, 9 de febrero de 2009


¿Y qué tal, para abrir boca e ir preparando nuestra próxima cita, un pequeño paseo por la literatura japonesa contemporánea?
Ryûnosuke Akutagawa (1892-1927), cínico, pesimista, asediado en vida por las alucinaciones y la angustia existencial, traza una mordaz sátira social en su novela corta Kappa. En ella explora un mundo -imaginado, o quizás no tanto- a la manera de Gulliver, pero de un Gulliver descarnado y ácido, para el que, esta vez, ni razón ni religión son consuelo (a propósito de religión, he aquí algunos de los dioses que coloca en los altares de la religión de los kappas: Strindberg, Wagner, Nietzsche...). Algún fragmento interesante:
Pero cuando llega el momento, el padre aproxima su boca a los genitales de la madre y, como si hablara por teléfono, pregunta en alta voz: “Medita bien y contesta si quieres venir a este mundo”.
(…) En ese momento, el niño desde el vientre respondió con cierta timidez:
–No quiero nacer. En primer lugar es penoso heredar la demencia de mi padre; además, tengo la convicción de que la existencia de los kappas es perniciosa.

En consecuencia, los obreros despedidos no bajaban de cuarenta o cincuenta mil por mes. Pero lo curioso era que, a pesar de todo este proceso industrial, los diarios matutinos no anunciaban ninguna clase de huelga. Como me había parecido muy extraño este fenómeno, cuando fui a cenar a la casa de Gael en compañía de Pep y Chack, pregunté sobre este particular:
–Porque se los comen a todos.
Gael contestó impasiblemente, con un cigarro en la boca. Pero yo no había entendido qué quería decir con eso de que “se los comen”. Advirtiendo mi duda, Chack, el de los anteojos, me explicó lo siguiente, terciando en nuestra conversación:
–Matamos a todos los obreros despedidos y comemos su carne.
–¿Y los obreros se dejan matar sin protestar?
–Nada pueden hacer aunque protesten –dijo Pep, que estaba sentado frente a un durazno salvaje. –Tenemos la “Ley de Matanzas de Obreros”.
Por supuesto me indignó la respuesta. Pero no sólo Gael, el dueño de casa, sino también Pep y Chack, encaraban el problema como lo más natural del mundo. Efectivamente, Chack sonrió y me habló en forma burlona.
–Después de todo, el estado le ahorra al obrero la molestia de morir de hambre o suicidarse. Se les hace oler un poco de gas venenoso, y de esa manera no sufren mucho.

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